Dra. Miroslava Ramírez Sánchez
Próximamente celebraremos a esas madres inspiradoras que crían hijos psicológicamente sanos, capacitados para funcionar plenamente y habilitados para aportar grandes cambios a nuestra sociedad.
Pero también hay aquellas posesivas, cuyos críos son temerosos, agresivos, aflojerados, desocupados, que no desarrollan la capacidad para hacer frente a la vida y que su punto de llegada ante situaciones de amenaza o de reto será siempre el útero materno.
Reflexionar sobre el modelo de maternidad que estás ejerciendo es útil para conseguir o preservar suficiente salud emocional, pues de la manera en que te reconozcas o califiques como mamá dependerá tu tranquilidad y el nivel de satisfacción contigo misma.
Seguramente estás preguntándote (ese término “castrante” suena aterrador), ¿qué clase de conductas hacen a una madre castrante?, te sacaré de esa duda inmediatamente.
Esta clase de mamás son aquellas que sin darse cuenta (y muchas veces por imitación de su propia mamá) alienan o marginan la figura del papá haciéndolo casi invisible para los hijos y con ello anulan también la autoridad que éste representa en la familia.
A este tipo de madres se les ve cuidando en exceso todos los detalles hasta el punto de ser invasivas, siempre sacrificadas llegando a tornarse asfixiantes, custodian las necesidades de sus hijos, pero inconscientemente logran inutilizarlos para ser requeridas y necesitadas toda la vida.
Los hijos de madres castrantes muestran un desarrollo emocional deficiente y son los típicos que no han logrado cortar el cordón umbilical, pues la figura de la madre castrante eclipsa a cualquier otra mujer u hombre con el que se pretenda construir una relación amorosa y lo peor de todo es que las consecuencias en la vida adulta de este hijo se trasladan hasta su vida afectiva y sexual, pues genera dificultades para abrirse al enamoramiento y su desempeño erótico es infantilizado o de poco o nulo disfrute.
He atendido casos de madres que sin percatarse de esa fuerza avasalladora y amenazante enferman a sus hijos física o psicológicamente “alimentando” su enfermedad, por ejemplo aquellas que los impregnan de dependencia a las comodidades de la casa o las que fomentan la adicción a los juegos de video o incluso a algún alimento chatarra con la bandera del “chiqueo”. En alguna ocasión atendí a otro varón que acudía a la casa materna cada vez que se enfadaba con su esposa, la madre le recibía con todas las comodidades y hasta compartían la misma recámara, con lo que la figura del padre volvía a ser ignorada; están aquellas que se niegan a dar la atención psicológica a los hijos por temor a ser desplazadas como confidentes o como el centro de atención y dirección.
Hay cariños que matan en nombre del amor, si te has convertido en la inquisidora permanente de tu hijo, te informas de su vida amorosa, te mudas cerca de su vecindario y hasta tienes llave de su casa, le llamas a todas horas, lo rastreas como antena parabólica, si te inmiscuyes en sus planes vacacionales y das tu opinión sin que te lo pidan, si financias sus compras y decides por él-ella, si le acercas la medicina ante la mínima comezón, si ofreces lo que no te pide, administras sus dineros, o si esperas con ansias sus visitas y ante cualquier ausencia le armas tremendo drama, seguramente estás generando grandes dosis de culpa y/o frustración en tu hijo-hija por no poder cubrir tus expectativas, esas dos emociones actúan como corazas de acero atadas a su pecho y su mente.
¿Pero qué hacer si soy hijo de una madre castrante? Ejecutar un acto de justicia para contigo que a su vez promueva la salud de tu mamá. Mientas ella lee este artículo y busca ayuda profesional que le permita poner cese a ese afán de dominio, el hijo precisa iniciar la rebelión, una retirada necesaria, sometimiento versus liberación, salud versus enfermedad.
La madre castrante debe iniciar el reconocimiento de que no puede crecer al lado de su hijo que ya ha formado su propia familia, adecuar su nuevo rol sin pretender involucrarse en la vida privada de sus hijos, debe buscar intereses propios y salir de su aburrida vida devolviendo la vista y la importancia a su figura masculina y sanar la relación de anulación que prevaleció por tanto tiempo.