Dra. Miroslava Ramírez Sánchez

Se acerca el Día de la Madre. Para muchos hijos y mamás esta es una celebración realmente esperada, festivales por doquier son desplegados en las escuelas y los ahorros para agradar con un buen obsequio son comunes en estos días, incluso las grandes industrias mercadológicas se toman  grandemente del afecto que se merece una figura tan importante para vender más.

Pero hay otra cara de la moneda, y es que el hecho de tener madre no siempre garantiza un júbilo para el hijo, pues muy contrario a lo que se cree, las decepciones, resentimientos  y tristezas que abriga un hijo con muchas necesidades maternas insatisfechas  son más frecuentes de lo que pudiera imaginarse.  ¿Dónde queda para muchos esa madre ideal que nunca tuvieron? Uno de mis autores favoritos en su libro “El Arte de amar” dice que el amor materno, por su propia naturaleza, es un amor incondicional. Las madres quieren a sus recién nacidos por ser sus hijos y no porque el pequeño satisfaga alguna necesidad, ni porque haya cumplido con alguna expectativa específica para la madre.

Pero ese es el amor del tipo ideal, por lo que es un error asumir que todas las madres amen de esa manera. Sin embargo, todos los seres humanos y no se digan los niños, anhelan ser amados incondicionalmente, y muchas veces se estancan en el ideal de que su madre les acepte y se entregue a ellos como la “madre de su mundo imaginario” debería hacerlo o como se supone que todas las madres deben amar a sus hijos. Sin embargo la realidad en muchos casos dista de esta suposición y cuando recibimos algo que en nuestra mente no estaba configurado así tendemos a la depresión o al rechazo.

No aceptamos que nuestra madre pueda negarse a ayudarnos en una necesidad o creemos que tiene la obligación de renunciar a su tiempo libre para ayudarnos con los hijos. Puede que lleguemos a alejarnos por no ser su foco de atención y podemos llegar a resentirnos profundamente por haber tenido a una madre ensimismada, más atenta a sus propias necesidades y menos presente en la vida de sus hijos. Es ahí donde tenemos que trabajar en la aceptación incondicional de la madre que nos tocó y no seguir colgados de la expectativa de la madre que la sociedad nos construyó en la mente.

Buscar ese algo positivo que también tiene a pesar de no haber llenado nuestras necesidades de protección o de ternura o compañía, son tareas que nos toca a los adultos resolver, pero que algunos se resisten a dejar atrás causándose con ello un profundo y crónico dolor. Se asocia el suave nombre de “mamá” con una figura de trato dulce,  paciente con las travesuras de los hijos, chiqueona para complacerlos en sus gustos favoritos, condescendiente ante las rabietas, accesible para quitarse el bocado a cambio de calmar el hambre de sus críos; se relaciona a la madre con la única capaz de dar un verdadero amor incondicional, capaz de tolerar cualquier brote de locura y perdonar sin menoscabo.  Pero más vale que para preservar nuestra salud emocional demos paso a la mamá que de verdad tenemos para poder amar a la real y dejar de sufrir por no tener la ideal.

Por otro lado, con esa idea de ser mamás “pro”, muchas mujeres se exigen más de lo que humanamente pueden dar.  Seamos sinceros y remitiéndonos a lo que se observa en la consulta, existe un lado oscuro de la maternidad. Al tener una visión “clásica” o “estereotipada” de ser madre muchas mujeres huyen despavoridas del plan de convertirse en una, pues se cree que ser mamá es un estado de alerta constante y que eso supone un desgaste potente, también se sabe que en nuestra sociedad actual ya nadie quiere asistir a la madre que trabaja con el cuidado de sus hijos para que ella pueda desarrollarse laboralmente, se ha perdido el concepto de tribu que cuidaban juntos de un ideal común; incluso cuando surgen las reuniones entre mamás, hay quienes experimentan  una angustia por no estar a la altura, una preocupación por  lucir impecables, tonificadas,  esbeltas  y lejos de representar un momento de relax  o convivencia donde se cuenten lo que no va bien para encontrar un poco de empatía,  pareciera más bien que las reuniones son una “mamá olimpiada” donde  compiten secretamente por ser la “súper mamá” con la camioneta más grande, el cuerpazo más escultural, y el súper niño más bien portado y nerd del colegio, tomando como suyos los logros de sus hijos al carecer de propios.

Ahora bien, si de verdad aspiramos a ser la madre sana que pueda generar hijos no neuróticos debemos amar sin mandar el mensaje de “debes merecer” mi amor, es decir, cuando educamos a nuestros hijos a que tienen que hacer méritos para que los amemos generaremos hijos inseguros de si complació o no consiguiendo que siempre estén temerosos de que ese amor desaparezca en algún momento y luego andamos por ahí siendo complacientes con todo el mundo porque crecimos creyendo que si no hacemos lo que el otro quiere o sea “si no nos dejamos usar” nadie nos amará. Entonces echemos un vistazo al mensaje de la madre que ama incondicionalmente: “No hay ningún delito o crimen que pueda privarte de mi amor, de mi deseo de que vivas y seas feliz”.  Las características de una madre que ama equilibradamente: es omniprotectora, incluyente, envolvente, no vende su amor, lo da con apertura. Es un amor que genera la sensación de dicha y no de asfixia, y su ausencia genera un sentimiento de desesperación y de abandono.

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