Dra. Miroslava Ramírez Sánchez

Seguramente más de una vez te has visto contagiado por la risa chusca de alguien o te has sentido vulnerable ante la tristeza de algún conocido, o típico que miras de reojo y allá viene la persona indeseable, intentas a toda costa evadirla y sigilosamente sales de su alcance.

O como cuando suena tu teléfono, miras el identaificador y tu cara se constriñe al mirar de quién se trata, es “esa persona” cuya conversación es una ráfaga de pesares y su presencia te hace sentir abrumado. Una de las capacidades innatas de las personas es la imitación de sus semejantes para sentirse más cercanos y mantenerse dentro del grupo, pues contamos con las famosas neuronas espejo que están ahí con una función: son uno de los mecanismos neurológicos que nos llevan a copiar gestos, comportamientos y emociones de los demás. Pero qué pasa cuando no estamos consientes de esta contagiosa capacidad y nos vinculamos sin querer a personas que por regla solo expresan crítica, culpa, resentimiento, negación, resistencia, envidia, enojo o miedo.

Cuando nuestra estructura social mexicana se ve amenazada por decisiones laxas,  surgen temores en la población que se llegan a convertir en angustias al preguntarnos qué vendrá después. Cuando nos enteramos de la opinión internacional sobre nuestra política nacional podemos llenarnos de vergüenza y frustración al ver exhibido o ridiculizado a nuestro país. Ello conlleva a la preocupación por el devenir de nuestra nación y comienza un ciclo de comentarios cargados de emocionalidad que van formando una bola de nieve de pesimismo, indignación y rabia que se proliferan causando un contagio emocional, que si bien no es ninguna enfermedad, si viene a funcionar como si lo fuera, los seres humanos tenemos una altísima capacidad para emitir emociones y contagiarlas, principalmente los carismáticos o los pesimistas.

Para sobrevivir o para no estar fuera de la manada imitamos las ideas, la forma de proyectarnos y hasta la forma de hablar y pensar de los demás; la presión social por aliarse al grupo es tan grande que la gran mayoría se angustia cuando piensa de forma distinta a los demás, por eso es que muchos prefieren no enfrentar esa presión y solo acceden sin reflexionar si aquello los aleja de su auténtica esencia, el cerebro nos “premia” si nos conformamos a lo que dice y piensa la mayoría, pero las emociones se inconforman y sobreviene un choque interno que nos hace sentir confundidos.

Estamos programados para sobrevivir, imitarnos podría salvarnos, pero también podría hacernos indiferentes convirtiéndonos en una masa homogénea sin opinión propia, tal cual hace una parvada de pájaros que al mirar una amenaza se sigue al primero que percibe el peligro y todos levantan el vuelo. Acercarse al grupo nos da protección y multiplica nuestras posibilidades de ponernos a salvo, pero a veces se precisa más que solo protegerse, hay que actuar en consecuencia, proponer alternativas de solución a los conflictos y ejecutarlas, no basta con resguardarse. Las emociones como la ira, la tristeza y el miedo pueden ser útiles, pero pueden ser perjudiciales si no aprendemos a limitarlas y a gestionarlas.

Se ha comprobado que los mensajes de WhatsApp, chats y los correos electrónicos contagian emociones a pesar de la ausencia de comunicación no verbal, las emociones de los trabajadores de una empresa también se contagian fácilmente a los consumidores aún a través de las redes sociales y afectan el rendimiento, las ventas de un producto o de un servicio. Así que limitemos el contagio de las emociones negativas y dispongámonos a descubrir cómo contagiar emociones positivas.

¿Qué podemos hacer nosotros para contagiar y potenciar emociones positivas? Fíjate conscientemente qué emociones sientes y cuáles contagias a los demás.  Te recomiendo exagerar los activadores del buen humor como estrategia para asumir una actitud responsable con tus propias emociones, pues carecer de humor es carecer de humildad, es estar demasiado inflamado de uno mismo, estar de buenas nos lleva a ver la relatividad de las cosas, a veces es más eficaz un consejo que proviene de un chiste y no de una formulación seria, en la psicología les llamamos paradojas.

También te será útil influir positiva y químicamente en tu cerebro al comer chocolate, convivir con los demás, hacer deporte, salir con los amigos, eliminar o limitar lo que te desgasta como las luchas de poder o la critica excesiva. Céntrate en lo que haces bien, viaja ligero, evita decir siempre lo mismo, busca información para que no pienses siempre igual, rodéate de personas agradables, piensa bien antes de emitir un mensaje o antes de escribir ese correo desagradable y piénsalo dos veces antes de decir algo negativo.

La globalización implica una mayor capacidad de contagio emocional, un fenómeno natural que se está acelerando y amplificando por lo fácil que resulta hoy en día comunicarnos y conectarnos, tenemos una gran capacidad para   contagiar emociones así que si puedes elige repartir emociones positivas. Nacemos con una esencia limpia, sin entredichos, sin sentimientos encontrados, nacemos sin dudas, sin miedos, sin mentiras. Llegamos a este mundo llenos de curiosidad y dotados de las emociones que nos ayudan a conectar con los demás y a descubrir el mundo.

Cuando somos niños nos guía esta pasión por vivir, a partir de entonces ¿qué  nos pasa que dejamos de ser espontáneos? Deja de vivir en “modo supervivencia”, es decir, empieza a reflexionar, no intentes entrar de golpe a los problemas, deja ese modo dramático y drástico de ver la vida, no seas tan radical, evita los extremos, ser un agresivo-pasivo no da resultado, ningún obstáculo o problema se vence de un puñetazo o rindiéndose de rodillas.

La gente olvida lo que dices, la gente olvida lo que haces….pero nunca, nunca olvida cómo le haces sentir

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