Dra. Miroslava Ramírez Sánchez
Una de las más grandes aspiraciones que todo padre o madre, emocionalmente equilibrados, desea lograr en la crianza de sus hijos es que éstos sean capaces de conducirse de manera autónoma tomando decisiones responsables cuando se alejan del hogar y falte la supervisión.
La meta está en criar hijos que puedan enfrentar la vida de manera sólida sin fragilizarse ante los retos que la vida les presente. Sin embargo, muchos niños hoy en día son víctimas de sus propios padres al ser cuidados de manera equivocada, al ser sobreprotegidos, porque inhabilitan sus habilidades en la resolución de problemas generando con esto una personalidad frágil que se rompe ante la sensación (ya ni siquiera ante un verdadero problema) de tener que tomar una decisión como ponerse a salvo o anticiparse a no involucrarse en una situación de riesgo.
Tú podrías estar dentro de la desafortunada tipología de un hiperpapá al saturar de atención a tu hijo o al facilitar todo el entorno de su vida haciendo por él cosas que podría hacer por sí mismo. Toma nota de los siguientes síntomas del padre que, atrapado en sus miedos a que sufra o a que le pase algo malo, no permite que nada pase y finalmente lo logra: su hijo acaba por no tener una vida propia, pues sus padres siempre se encargaron de enfrentar la vida por él, arriesgarse por él, decidir por él, incomodarse por él y como resultado tenemos a un hijo que ve los pequeños retos como un gigantesco monstruo en 3D.
Crece apabullado cuando se le da la oportunidad de elegir cualquier cosa, congelado en su interacción social cuando se ve alejado de sus figuras paternas y miedoso de ser él mismo porque sus padres le resuelven hasta el llanto, no conoce sus límites, ni sabe de qué es capaz, ya que sus padres se encargan incluso de adivinar lo que al pequeño le hace falta tomando siempre la delantera en voz alta sin permitir que el niño sea el protagonista de su propia vida, pues hasta se expresan en plural cuando se refieren a las cosas de su hijo: “estamos haciendo la tarea, estamos en semana de exámenes, el viernes tenemos torneo, ganamos la final de la competencia, etc.”
¿Pero cómo me convertí en un hiperpapá si amo a mis hijos profundamente? La vida nos llena de miedos que se convierten en ansiedades. La sensación de querer ir un paso adelante abriendo camino a nuestros hijos puede provocar que queramos hacer las cosas por ellos sin reparar que nos estamos reafirmando como “buenos” padres (una tarea infantil que les toca a ellos y no a nosotros), cuando en realidad estamos “robando cámara” a nuestros menores aplastando sus derechos de la infancia.
¿Cómo superar el vicio de la hiperparentalidad?
Identifica tus propios temores adultos para evitar lastimarlos con tu sobreprotección.
No desacredites las normas o actitudes de los profesores de tus hijos
No le hagas creer que el mundo está hecho a su medida, pues cuando repare en la verdad le resultará insoportable.
No les des todo lo que pidan, llevarlos a experimentar una razonable cantidad de frustración los llevará a la búsqueda de sus objetivos
Dales espacio para “ser” y no los satures del “hacer”
Disponte para tomar tú mismo un descanso, un padre relajado es un padre que influye en vez de alejar a sus hijos
Reconoce sus logros de manera personal y no a través de las redes sociales
No lo salves de pequeños retos, déjalo asumir sus desafíos a cierta distancia
Goza por primera vez de ser padre, sin prisa, disfruta la trayectoria, pero a una razonable distancia, tú sabrás cuando en realidad te necesite y él sabrá pedir tu ayuda
No podrás eximirlos del sufrimiento que implica crecer, pero si podrás estar ahí para acompañarlo a transitar por la experiencia. No existen los hijos perfectos, no te pierdas en ese ideal, pero sí puedes celebrar su ser único y especial. Tus afectos siempre serán su mejor aliento en tiempos difíciles y será lo que busquen al regresar siempre a casa.
“El maestro joven enseña todo lo que sabe,
El maestro maduro enseña todo lo que le interesa,
El maestro sabio enseña aquello que su discípulo necesita
Y más aún, el más sabio de todos, deja que el otro aprenda”.
José Gómez del Campo.