Dra. Miroslava Ramírez Sánchez
En la vida moderna hay dos cosas que están en escases hablando de la educación a los pequeños: El tiempo y la tolerancia. Muchas mamis me comparten lo difícil que se torna el tiempo de convivencia con los niños cuando la falta de paciencia está presente todo el tiempo, ellas se sienten abrumadas por la culpa y la desesperación, pues se dan cuenta que el gritarles a los pequeños, mantenerlos castigados todo el tiempo, hasta el insultarlos o incluso lastimarlos físicamente llega a ser incontrolable.
Tras la angustia por el daño ejercido en el pequeño viene el miedo a las repercusiones que tendrá en su hijo el ser intolerantes con otras personas debido al ejemplo que vieron en casa, porque aunque la intolerancia se haga en la intimidad del hogar o aparentemente en privado, todas esas escenas trascenderán a los hijos tornándolos agresivos e incapaces de ser prudentes y ecuánimes.
Como decían las abuelitas: “Siempre se consigue más con miel que con hiel”, los padres debemos ser tolerantes y para eso hay que aprender primero a reconsiderar las opiniones dándonos tiempo, esta palabra ocupa un gran espacio en la respuesta a cómo lograr ser más tolerante. En nuestros días la velocidad nos resta capacidades para ver, tocar, oler, es decir, vivir y darnos cuenta. Es preciso que volvamos a priorizar, que anotemos lo que en este momento es importante para ti y sigas esa dirección. Verás qué gran cambio hace el darte tiempo para decir no a las sobre-exigencias y lo facilitador que será para tu meta. Más tiempo de calidad es igual a una mamá más tolerante.
Los padres debemos ser tolerantes, en los conceptos normales y a la vez firmes (y no primitivos) en los conceptos fundamentales, es decir, los padres deben ser inquebrantables en las decisiones de asuntos esenciales como los hábitos irrenunciables de su formación en la higiene, la sana interacción con su entorno social, su comprometida práctica religiosa, su atención en la vida académica, su convivencia familiar, pero lograr ser serenos y asertivos para “dejarse derrotar una vez” ante actitudes de los niños que no ameritan todo el tiempo una atención o control desmedido.
Ahondar en el valor humano de la tolerancia permite aprender la importancia de soportar nuestras mutuas debilidades y entender en otras personas los defectos similares a los nuestros, pues es muy fácil encontrarlos en el prójimo y difícil tolerárselos y mucho más elogiárselos.
Relaciones sanas entre padres e hijos.
- Olvídate de la vieja idea de mantener tú el control de la situación y deja que tu hijo tome el control de su sensación. Recuerda, déjate derrotar de vez en cuando con situaciones que no comprometan su educación, su integridad y formación.
- Aprende a esperar. Evita querer todo de inmediato y recuerda que tu hijo está en formación y que no puedes exigir que lo domine al instante.
- Aprende a reírte y bromear como forma de zafarte de una situación desesperada. Juega y sé creativa en vez de siempre imponerte con cara de hosquedad.
- Respeta a tu hijo. Este valor es de doble vía, no es solo el que le deben los peques a los mayores. Escuchar la opinión de tu hijo es respetarlo. Míralo y detente a escuchar.
- Asume tu no ser perfecta. La idea de perfección angustia y estresa a cualquiera que se obsesione con esa fantasía. Tu hijo no es perfecto, ni tú tampoco.
- Fuera la chaqueta de guardiana. Tú no eres mejor madre si vives siempre vigilando. Aprende a dejar de ver lo malo y valida sus sonrisas, motívalo a reírse y divertirse.
- Comunícate. Dile lo que esperas de él claramente.
- Usa las palabras por favor, gracias y perdón, constantemente.
- Ejercítate. Provócate esos neurotransmisores aquietantes que surgen del ejercicio.
- Practica la espiritualidad. Aquieta el alma.
“Educar a nuestros hijos implica darles tiempo, atención y espacio; educarlos es no solamente hacerlos mejores personas, sino además mejores seres humanos para nuestra ávida sociedad de gente con mayor calidez”.